domingo, 20 de junio de 2010

La crítica desde el espejo


por Sergio Cohen

Hoy decido hablar, impulsado por alguna extraña deuda conmigo mismo o quién sabe con quién, de una de las más antiguas facultades del ser humano: la de opinar.

La opinión, la acción de opinar, como suceso espacio-temporal, podría definirse en pocas palabras como el acto de describir una situación determinada desde una posición determinada. Mientras que la situación descripta en un acto de opinión puede ser de las más diversas índoles, cubriendo un espectro casi absoluto del universo que va desde el amor hasta un pequeño orificio en la media, desde lo más eterno, atemporal e inconmesurable hasta cualquier hecho incidental que pueda transitar por nuestra vida, la posición desde donde tiene lugar la opinión, en cambio, sólo puede ser una. Ésta se encuentra en un compendio de fuerzas y registros pasados, de experiencias, conocimientos y sensaciones recurrentes al que se podría nombrar como el "propio ser" de la persona que está opinando. Por tanto, por lo menos ante el intelecto de aquellos que estén percibiendo una opinión en el espacio y el tiempo en que tenga lugar, la persona que opina, es. Las facultades de opinar y de ser estarían entonces aparejadas. Gracias a que opino, soy, y gracias a que soy, se me hace posible opinar.

Por medio de gestos, acciones, y sobre todo palabras es que el fenómeno de la opinión se hace manifiesto en distintos niveles, impulsado por distintas motivaciones. Existe la opinión estratégica, circunstancial, que se vale de la condición de posicionamiento mencionada anteriormente, de manera que ese "propio ser" que los demás perciben a través de ella sea el ser más conveniente para una ocasión singular. Existe también la "opinión pública", un supuesto consenso poblacional sobre asuntos clave que afectan al grueso de la sociedad, que hoy muchas veces se busca generar a través de la influencia del dinero sobre los medios de comunicación, hecho por el cual se trata de un concepto cada vez más difuso y desprestigiado. Existen opiniones desatentas, caprichosas o al menos descomprometidas, en las que seguramente todas las personas incurren más de una vez. Existe, asimismo, el "sentido común". Se trata de otra construcción pero en este caso de una raíz más oral y de traspaso directo entre personas, sobre la que se basan los cimientos de la convivencia. Está formado por todo aquello que el mundo debería dar por sentado y es a partir de allí desde donde se han ido construyendo los otros sentidos, más o menos extendidos o comunes, acerca de la estética, la moral, la solidaridad, el bienestar, el trato humano, la consideración por el otro e incontables asuntos más. Al adoptar algunos de estos sentidos extendidos como propios, una persona da lugar en su "propio ser" a un ser compartido que le permite parecerse más a las personas que han adoptado sentidos similares, a la vez que se diferencia de las demás. Es a partir de esta base, en constante cambio con mayor o menor fluctuación de acuerdo a la edad o a las convicciones de cada persona, que las personas se construyen a sí mismas. La opinión se presenta como una de sus principales herramientas, como acción develadora de la singularidad propia y también como transformadora de las demás, cuando se halla guiada por la motivación primordial que da origen a la opinión genuina. Y ésta es, según intento entender, la voluntad de ser.

Ahora, corro la tela que cubre el espejo y allí me quedo, contemplándome un rato en silencio.

La primera y más importante dificultad que tiene esta voluntad de ser radica en la diferencia entre el ser que adoptamos y elegimos develar, en el que nos situamos para emitir una opinión, y el ser que en verdad somos e inevitablemente develamos al intentar expresarnos del modo que sea, en este caso, opinando. El posicionamiento ocurriría entonces en dos niveles, uno aparente o de algún modo ficticio, y otro genuino, del cual no nos es posible escapar, por más personajes o ideologías ajenas pretendamos adoptar. Además, no hay que desestimar el peligro que producen las fantasías que tenemos sobre lo que somos, derivando usualmente en casos donde nuestra voluntad de ser no tiene una verdadera repercusión en nuestro cuerpo y muere ahogada por no tener otro sustento que las palabras. Y luego, más cercanos al ser consciente, están los intereses, intenciones, como pueden ser la de conseguir o conservar un trabajo, generar o mantener una reputación, seducir o convencer a las personas, sosteniendo que aquello que decimos ser, somos. Todos estos impedimentos para llevar a cabo la voluntad de ser se ponen en evidencia al situarse uno frente al espejo e intentar elaborar una opinión sobre uno mismo. Al intentar diferenciar, porque de otra manera no sería posible llevar acabo el acto de opinar, la situación descripta (uno mismo) de la posición determinada (el propio ser), quedan expuestos y enfrentados los dos niveles desde donde tiene lugar una opinión. Queda así develada la contradicción propia del ser, la que nos impide, por ejemplo, tomar decisiones que consideramos o intuimos necesarias en ciertos momentos de la vida, por existir un conflicto interno permanente. Y es por eso que la opinión genuina debería dar sus primeros pasos frente al espejo.

Esta idea de una voluntad de ser que impulsa la opinión genuina, liberada de intereses estratégicos u otras motivaciones dadas por las circunstancias, podría ser reformulada en los tiempos que corren como la lucha por ser. De esta manera se incluyen las dificultades propias de esta búsqueda, siendo la primera la de la diferenciación entre el ser estratégico y el ser genuino. En la lucha por ser, la opinión genuina es nuestra única arma, y para alcanzarla debemos liberar la opinión de todos aquellos intereses que nos lleven a proponer una imagen pretendida de lo que somos, comprendiendo que hay una imagen que ya está dada de por sí, liberándonos también de las fantasías que nos permiten la sonoridad de las palabras y la simetría de los discursos, buscando el mínimo gesto que denota el máximo de expresión. Se trata de una lucha contra nuestros propios conceptos de lo que somos, contra el mundo que los genera y que nos propone o incluso nos exige uno en particular, contra el lenguaje mismo que nos enmarca en los conceptos propios de una determinada lengua. Sólo una vez que podamos contar con el arma de la opinión genuina, podremos avanzar en la lucha por ser, intentando cumplir con aquella voluntad primordial, que nos irá transformando junto con nuestros alrededores, de a poco, de la única forma posible, contemplando cada nueva e inesperada opinión que irrumpa y sabiendo que ésta es genuina y deberemos comprometernos con ella, porque es parte de nuestra voluntad de ser y constituye nuestra posibilidad de saciarla, acompañando desde los sentidos y nuestra conciencia de los mismos al desarrollo del "propio ser" hasta, algún día y aunque sea por un rato, poder mirar desde sus ojos.

Observo por última vez mi rostro, en el espejo. Lo despido. "La próxima vez, escribís vos", le digo.
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